Cuando el western parecía acabado llegó John Ford y lo resucitó, convirtiéndolo en un género indispensable de la historia del cine clásico americano. Basada en la historia de Ernest Haycox, Stage to Lordsburg, La diligencia se consolida en 1939 como el western de los westerns. John Ford sabe cómo combinar a la perfección la violencia y la acción características de este género, con los sentimientos y las emociones de un numeroso grupo de personajes complejos. Personajes muy distintos entre sí que acabarán siendo trascendentales los unos para los otros a la hora de forjar ese arco de transformación indispensable en cualquier relato.
Lo bueno de haberlo perdido todo es que el miedo es lo primero que se pierde. Esto es lo que les sucede a los protagonistas de La diligencia. Nueve personas con un mismo objetivo: llegar a Lordsburg por encima de cualquier cosa. Un jugador profesional, un fugitivo, un comisario, un banquero, un médico borracho, un comerciante de whiskey, la embarazadísima esposa de un soldado y una mujer de vida alegre, personas que aparentemente no tienen nada en común pero que tendrán que aprender a convivir y respetarse en el reducido espacio del interior de una diligencia. Diligencia que bien recuerda a aquella en la que llegaría, años más tarde, el senador Ransom Stoddar al Shinbone en El hombre que mató a Liberty Valance. A pesar de sus diferencias, los nueve tripulantes deberán sacar su instinto de supervivencia y unir sus fuerzas para luchar contra el ataque de los indios apaches, liderado por el temible Gerónimo.
La diligencia no sólo supone la resurrección de un género, sino también el nacimiento de una estrella: un jovencísimo e intrépido John Wayne que a partir de ese momento se convertirá en el antihéroe con el que todo western de Ford deberá contar. Wayne interpreta a Ringo Kid, un fugitivo con ansia de venganza que es presentado por Ford con un brillante travelling que termina en un primer plano del actor. Quizás con su cámara, Ford ya estaba vaticinando el futuro e inminente éxito que iba a obtener Wayne con sus interpretaciones.
Pero si algo destaca de manera excepcional sobre el resto de las cosas en esta película es la brillantez con la que está rodada. Los planos medios y primeros planos, fundamentales para la caracterización de los personajes y sus sentimientos se complementan a la perfección con esos increíbles travellings que acompañan a una de las secuencias más espectaculares de la historia del cine. Cerca de nueve minutos de persecución de los indios a la diligencia que siguen siendo maravillosos e inigualables todavía en la actualidad.
John Ford demuestra además el gran sentido que tenía para los espacios abiertos. Con una localización tan espectacular como el Monument Valley, la fotografía se convierte en un elemento fundamental para mostrar los desiertos americanos. Ford no decepciona con esos planos generales que describen el largo y tortuoso camino de la diligencia en los que la cámara siempre está colocada en el lugar perfecto. Espectaculares planos, que aún lo serían más unos años después en el maravilloso western Centauros del desierto, gracias al intenso contraste de colores que produce el reflejo de los rayos del sol en las dunas del desierto.
“Mis tres directores favoritos: John Ford, John Ford y John Ford”, con esta frase expresaba el director Orson Welles la profunda admiración que sentía por Ford y no es de extrañar que se inspirara en La diligencia para rodar su obra maestra: Ciudadano Kane. Y es que esta película tiene todo aquello que un gran western debería tener. Un largometraje lleno de fuerza que todo amante del cine debería ver al menos una vez en la vida.